Universidad, ciudadanos y nómadas.
Víctor Pérez-Díaz.
Ediciones Nobel 2010.
Hace pocos meses, en un simposio sobre sociedad y valores que se desarrolló en el IESE de Madrid, tuve la ocasión de escuchar a Víctor Pérez-Díaz. Su intervención fue brillante y oportuna. Planteó, entre otras cuestiones, la necesidad de buscar núcleos culturales y morales en nuestra convulsa sociedad, para emitir desde ellos un mensaje de esperanza y de regeneración. Sin embargo planteó estos refugios como organización para que se escuche la voz ciudadana de la esperanza regenerada. Nuestra sociedad no puede estar muerta, mientras existan personas o gentes que quieran volver al humanismo, a la búsqueda de la verdad, como origen del conocimiento y, sobre todo, a sentirse como personas y ciudadanos libres. La universidad, más concretamente algunos lugares universitarios, o algunas universidades, piensan que todavía es posible aprender, leer, disentir, viajar, compartir como gentes que tienen sed de conocimiento y busquen las experiencias vitales de un ser humano que quiere crecer. Esta experiencia de búsqueda de la verdad, comenta Pérez-Díaz, subyacente en la vida universitaria no hace sino llevar al límite una experiencia humana primordial, azarosa y arriesgada por su propia naturaleza, y que, por ello, suscita en los humanos una mezcla de fascinación e inquietud. Porque el razonar, como el experimentar que no es sino una modalidad de aquél, empieza con un demorarse entre las cosas, escrutando su forma y sus límites para, llegando a éstos, asomarse al borde y arriesgarnos a dar un paso más..
El pasado mes de junio el profesor Pérez-Díaz recibió el Premio internacional de Ensayo Jovellanos por su libro Universidades, ciudadanos y nómadas. Insiste en la misma idea en torno a buscar y encontrar los reductos de esperanza: no se puede hablar de Universidad Española, sino de todas y cada una de ellas. Y de las diferentes facultades, departamentos, profesores, y de este movimiento individual es precisamente de lo que se puede aprender del sistema americano. El ensayo pretende analizar el modelo ideal de universidad y al tiempo revisar la situación universitaria actual. Pérez-Díaz desarrolla este planteamiento a través de seis capítulos de apasionante contenido.
El primero es “un elogio matizado de la universidad liberal”. El matiz se manifiesta en la complejidad de aunar misiones y funciones para investigar, enseñar profesionalmente y educar. La universidad liberal moderna tiende a generar –en España el problema es aún más complicado- una actitud de resistencia frente al colectivismo, al totalitarismo e incluso frente a las patologías nacionalistas. Me parece destacable este párrafo en el que se alude a la necesidad de rendir cuentas ante la sociedad: Sin embargo, en este caso, el acceso a los fondos de investigación se desarrolló en las condiciones competitivas de mercados abiertos, y la asignación de los recursos quedó en manos de redes de colegas, a cierta distancia de los poderes públicos, gracias a la no subordinación de las autoridades académicas al Ministerio de Educación y a no ser los profesores universitarios funcionarios públicos. Su diseño estableció autoridades académicas locales fuertes, junto con consejos de la universidad responsables y activos, lo que reforzó la autonomía de cada universidad y minimizó la interferencia de la administración pública, al tiempo que obligaba aquella autoridad a ejercerse en el marco de usos, convenciones y reglas formales de comunicación, consulta y rendición de cuentas continuas.
El segundo capítulo plantea una interesante cuestión sobre la posición que debe adoptar la universidad frente a la sociedad. Como consecuencia de la búsqueda de la verdad, inherente a cualquier planteamiento universitario, puede deducirse que la universidad debe situarse en una burbuja autóctona y distanciada, en una ciudad universitaria al margen de la “civitas”. La universidad está comprometida sin embargo con la sociedad aunque necesite de la distancia para ver y comprender sin utilitarismos: la experiencia universitaria de una comunidad de buscadores de la verdad puede facilitar, por razón de su naturaleza, la eclosión de estas almas abiertas, puesto que la búsqueda de la verdad implica la comunicación con otros y, por tanto, la apertura a comunidades extendidas en el tiempo y en el espacio. A su vez, es difícil la comunicación intensa y continuada sobre temas en los que uno está verdaderamente interesado sin amistad. Sin amistad, en rigor, es casi imposible el diálogo, porque la intemperancia de la discusión, incluso la mera indiferencia del trato puntual, cercena o disminuye las posibilidades de la comprensión mutua, y el entendimiento de lo que se dice y de lo que se quiere decir; de aquí la importancia de aplicar el criterio de la caridad en la discusión intelectual o, como diría Santo Tomás, de hacer lo posible porque la corrección crítica sea fraternal.
En el tercer capítulo “ciudadanos y nómadas: la educación en tiempo histórico” nos sitúa en la realidad universitaria actual. La contraposición entre ciudadanos y nómadas le sirve para reflexionar: Cabe pensar que la respuesta a los retos actuales podría inspirarse en cierto modo en las experiencias de los ciudadanos y los nómadas de ayer, sobre todo tal como se han ido desplegando en determinados contextos históricos, y en la búsqueda de un equilibrio elusivo entre ellas. Si nos remontamos hacia atrás, a la ciudad clásica, observamos que hay, al menos, dos versiones de la misma. Así, por ejemplo, un historiador como Moses Finley nos ofrece una lectura relativamente benigna de la experiencia de los atenienses durante unos dos siglos, hasta la conquista macedonia del siglo IV antes de Cristo. Las ciudades surgen por un proceso de sinoiquismo, de reunión de gentes de diferentes pueblos y tribus en torno a una fortificación, un mercado y un ágora para los asuntos públicos, con instituciones como la asamblea y los tribunales, con un procedimiento de designación de cargos y de imputación de responsabilidad pública, con ritos y creencias religiosas, con una forma de educación, una memoria, y unos proyectos de colonización, conquista y defensa cara al exterior.
Especialmente interesante resulta el apartado sobre educación liberal y experiencia artística. Ahora bien, las gentes libres no nacen; se hacen. Nacen dependientes y como un manojo de deseos que necesitan autodisciplina para decidir, de modo que requieren un proceso de socialización en la libertad tanto para resistir la presión del entorno como para influir en él. Si como los nómadas quieren libertad de movimientos, tendrán que educarse para ejercerla y conseguir un espacio propio; si como los ciudadanos antiguos quieren participar en la cosa común tendrán que aprender a convivir y a definir su contribución a ella. […] Lo fundamental de una educación para la libertad en comunidad se refiere a la transmisión de unas virtudes que se absorben en comunidades pequeñas. Ahí se espera que se desarrolle el hábito de la libertad en comunidad, de acuerdo con las reglas del juego de un proceso educativo entendido como un encuentro dramático entre las libertades del educador y de los educandos. Ese encuentro se da en condiciones de desigualdad en saberes y en poderes, pero se somete a las reglas del respeto recíproco orientado a la tarea común de colmar en un grado determinado esa desigualdad, tratando de aproximar el estudiante al nivel de saber y virtud en el ejercicio de la libertad en comunidad que pueda tener el maestro. Obviamente, si el maestro carece de saber y virtud, no puede educar; y si el discípulo carece de la disposición a conseguir ese saber y esa virtud, no puede educarse. En tal caso, no hay educación sino tan sólo un simulacro de ella. Y si con la experiencia educativa no se ha desarrollado entre maestro y educando una suerte de complicidad para ejercer, disfrutar y defender las reglas de juego de la educación entendida precisamente en los términos de un desarrollo de la virtud de libertad en comunidad, la educación ha sido un fracaso.
En la segunda parte de libro, Pérez-Díaz analiza algunas experiencias universitarias actuales. El capítulo cuarto desmenuza el concepto de excelencia, y su plasmación en la universidad americana, que ocupa, desde hace mucho tiempo, los primeros lugares en el ranking mundial de todas las universidades. Sin embargo, dando por supuesto la superioridad universitaria americana sobre la universidad europea, señala Pérez-Díaz un problema que no está resuelto. ¿ Cuál es el sentido de la excelencia?: En efecto, lo que parece echarse en falta en la enseñanza es un núcleo educativo básico que, más allá de proporcionar a los estudiantes unas capacidades para concentrar la atención, expresarse con orden y claridad y usar unos métodos y técnicas de investigación, dé sentido y una orientación unitaria a las disciplinas académicas.
El capítulo quinto, bajo el nombre de “experiencias de penumbra”, aborda la problemática de la universidad española. Se centra en las relaciones entre magisterio y discipulado y la quiebra que supuso la guerra civil, y el descabezamiento posterior de nuestra universidad. Los alumnos han aumentado hasta multiplicarse por veinte en la segunda mitad del siglo XX: El resultado de la reducción de las barreras de acceso a la universidad y la ampliación de una solicitud genérica de títulos universitarios ha sido un gran volumen de estudiantes con motivaciones y aspiraciones modestas por el nivel de los estudios que quieren alcanzar, y relativamente indecisas en cuanto al contenido de aquéllos. Modestia e imprecisión caracterizan el punto de encuentro entre las curvas de oferta y la demanda educativa universitaria.
Su visión no es muy optimista, ya que partimos de una base social muy dispersa y dice refiriéndose al estado de las autonomías: Este archipiélago de islas puede ser visto como un brote de oasis en el desierto que van ganando espacio a la arena, se convierten en huertos y con el tiempo se ponen en contacto unos con otros. Llevan a cabo sus trasvases de aguas y acaban convirtiendo el desierto en un lugar habitable. Esto puede llevar varios años. Puede llevar varias generaciones.
La última parte está dedicada a la investigación. Es necesario, comenta, que las condiciones culturales se basen en virtudes intelectuales y morales. La observación, la sensibilidad, junto a las virtudes morales, la justicia, la generosidad y la lealtad son las claves. De este modo, volvemos a los temas del principio. En el fondo, esta república de la ciencia, como la universidad ideal, intenta realizar el sueño de una comunidad de individuos libres e iguales, con la vocación de la búsqueda de la verdad y de la ayuda a sus semejantes. Ése sería su sentido y su aportación fundamental a la narrativa humana, sin dejar de reconocer su sitio, subordinado y problemático, a otras narrativas menores, como la de la modernidad o la del bienestar de la patria o la nación que a cada científico le haya tocado en suerte.
En definitiva, estamos ante un magnífico ensayo que sirve de marco a uno de los temas claves de nuestra universidad: la adaptación universitaria a Bolonia en medio de una crisis económica, que ya no esconde una crisis moral. Víctor Pérez-Díaz es catedrático de Sociología de la Universidad Complutense y doctor por Harvard en la que ha impartido docencia además de en el MIT, California, Nueva York y París. Su diagnóstico es claro: España no tiene la universidad que necesita, pero hay reductos humanistas y culturales donde habita la esperanza.
Javier Gutiérrez Palacio
Doctor en Filología
Crítico literario
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