Pérez López, Pablo (2023): De mayo del 68 a la cultura Woke. Ediciones palabra.
El título de este post lo escribió Josemaría Carabante en ECD sobre este mismo tema con el subtítulo de Breve historia de un pensamiento único.
El 68 como revolución o como revuelta ha permanecido en la órbita de los gobiernos occidentales hasta cristalizar en la cultura woke tras sucesivas décadas. El historiador Pérez López para demostrar este proceso realiza un profundo racionamiento histórico de los hechos que han conducido a esta situación.
El germen de la revolución hay que encontrarlo en Estados Unidos a pesar de su posición supremacista tras la Segunda Guerra Mundial. La economía, la ciencia, la cultura mundial dio el giro hacia Norteamérica. Nadie podía triunfar sino recibía la bendición de las nuevas metrópolis estadounidenses: los Beatles no fueron fenómeno mundial hasta la primera gira americana. Los propios norteamericanos consideraron que habían sido elegidos por Dios como nación salvadora según comenta Pérez López tras la segunda guerra. Pero la fe del “pueblo elegido” era una fe materialista que creía haber encontrado el camino hacia la riqueza y el bienestar. La década de los cincuenta se mira históricamente como un tiempo de moral recatada y timorata que cambia en la década prodigiosa de los sesenta. Sin embargo Playboy empieza a publicarse ya en 1953. Al final de los cincuenta, los intelectuales de la generación beat empiezan a convencer a la juventud que los escucha de la necesidad de un giro revolucionario. Pero estos sucesos se producen en una sociedad con muchos problemas internos y externos que estaban sin solucionar: discriminación racial, pobreza, corrupción política, política internacional opresiva entre otras cuestiones. El camino emprendido hasta entonces no era para conseguir un mundo mejor y más adecuado. Era necesario seguir una dirección transgresora hacia el uso de las drogas para vivir una rebelión capaz de conseguir el nuevo mundo emitido por la nueva música y el nuevo cine.
La literatura sexual empezó a llevarse al cine con más o menos explicitud. Se demanda el aborto y el reconocimiento de la homosexualidad. Comienza la preocupación por el medio ambiente ante el exceso de industrialización. El feminismo dio un paso crítico respecto al papel de la mujer en el hogar y la maternidad. La igualdad sexual de las mujeres respecto a la de los varones fue otro de los mantras. En palabras de Pérez López: No es exagerado afirmar que el cambio cultural más claro que se operó entonces fue el experimentado por la conducta sexual de los jóvenes de aquellos años. En palabras de un estudio contemporáneo centrado en este aspecto, lo vivido a mediados de los sesenta fue «quizá la mayor transformación de la sexualidad que [Estados Unidos] haya presenciado jamás». La escenificación del cambio tuvo como escenario privilegiado el modo de vida en los campus universitarios, en unos años en que la población estudiante había crecido de forma intensa, y se proclamó como estandarte de esa generación con motivo de la celebración de grandes conciertos como el de Woodstock, todo un símbolo del movimiento contracultural.
El resultado del fenómeno contracultural consistió en una paradoja. A través de la cual, luchando contra el materialismo capitalista se acabó en un mundo aun más capitalista que aprovechó la contracultura para vender más. Un hecho que, en otros aspectos, lo vamos a encontrar también en el 68 con el precedente del movimiento hippie que despreció el establishment pero gozando armónicamente de todas sus ventajas. Un fenómeno actual bastante frecuente en la llamada izquierda woke y no tan woke. La posmodernidad -cfr. título- ha demostrado que la revolución contra el capitalismo es posible sin renunciar a las comodidades capitalistas.
Por otra parte, hay que considerar también la guerra de Vietnam que divide a los norteamericanos en dos bandos que se hicieron extensivos a otros países occidentales. Falta un último precedente antes de llegar al 68, la revuelta de los estudiantes en 1964/68 en la Universidad de California. Ser joven, ser universitario y americano se convirtió en ganas de disfrutar y de protagonizar un cambio.
El cambio llegó a través de las costumbres, especialmente las sexuales. Música, cine y publicidad contribuyeron a la moda rebelde que acabó incorporándose a la sociedad de consumo. Pero estaban en una sociedad con demasiadas contradicciones interiores como la segregación racial, la pobreza y la desigualdad con una legislación algunas veces hostil y poco adecuada para revertir estos problemas: especialmente en cuanto a los derechos civiles. Por ejemplo, el final de las leyes que impedían el matrimonio interracial no llegó hasta 1967. En Berkeley, los estudiantes empezaron a iniciarse en la política hasta que las autoridades académicas decidieron que no era procedente para una universidad: Una huelga de estudiantes desafió al consejo de gobierno de la Universidad y algunos cantantes como Joan Báez amenizaron las largas reuniones de lucha, cada vez más multitudinarias. La culminación del desafío llegó con la ocupación de un edificio emblemático del campus que solo terminó con el desalojo a manos de la policía. El escenario de la lucha por los derechos civiles se había reproducido dentro del campus. El 68 en California preparó el 68 en Francia.
Alemania también vivió huelgas y revueltas de estudiantes en 1967. Estos hechos son revisados a fondo en este ensayo ya que tienen un componente distinto en su desarrollo, aunque sirvieron de preludio. Todo estaba preparado para mayo del 68 en Paris. Nanterre fue la puesta en escena de Daniel Cohn-Bendit. Las asambleas y protestas se complican hasta el asalto de la residencia femenina. La revolución sexual se unió a otras reivindicaciones antimperialistas, libertad de prohibido prohibir, etc. Nanterre se cerró y las protestas se trasladaron a Paris. La violencia de las manifestaciones se hizo presente y los estudiantes fueron percibidos como mártires. La represión policial excesiva provocó también que el partido comunista francés se uniera al movimiento: obreros y estudiantes contra De Gaulle. El juego político acabó con los gaullistas de nuevo en el poder, pero sin librarse de la creatividad en los eslóganes (imaginación al poder) junto a un inconformismo generalizado que exaltaba lo joven. Ser joven fue la nueva idolatría. De Gaulle se alejó de la influencia norteamericana para volverse hacia la Unión Soviética: la condena de la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia fue mínima. Todo parece acabar igual que antes y todos tranquilos. Parecía que era así pero no fue así. Como podemos reconocer en estas palabras de Cohn-Bendit: Hemos ganado desde el punto de vista cultural y social, por suerte, perdíamos desde el punto de vista político. Como señala Pérez López el poder se les acabó entregando. Era cuestión de tiempo como diría Gramsci.
El 68 se convirtió en una cosmovisión cultural y social que transformó los comportamientos, esencialmente los sexuales. Se imponía la libertad sexual. Incluso había que decir que uno pertenecía al proyecto revolucionario para tener relaciones con chicas como contó un estudiante de Nanterre. Toda una forma de persuasión que, en caso de negativa, llevaba a una cierta cancelación por tener una estrecha mentalidad pequeñoburguesa. En España, según cuenta Pérez López, leer libros sobre información sexual en reuniones colectivas de estudiantes fue, en el franquismo universitario possesentayochista, el no da más de la transgresión. La píldora anticonceptiva facilitó el asunto a pesar de la valentía y la claridad de San Pablo VI con la Humanae Vitae. La Iglesia dejó clara su postura, pero empezó la controversia informativa posconciliar. Se necesitaba una visión confusa del cristianismo y llegó Jesus Christ Superstar. Por si fallaba la píldora también empezó a demandarse el aborto. Como dice Pérez López, no como un mal menor sino como una condición necesaria para una supuesta “realización personal”. En 1973 se legalizó en EE.UU. En 2024 Francia lo ha elevado a derecho constitucional. El resultado ha sido desvirtuar el matrimonio y la familia. El sexo se ha convertido en un acceso de placer efímero que dura lo que dura. El amor en su versión de entrega , de darse por el otro queda superado por un individualismo egoísta. El narcisismo solo tiene interés en uno mismo. Con él la historia se paraliza.
EE.UU. continuó liderando el crecimiento económico y también el cambio social sin saberlo. El feminismo había conseguido separar la maternidad del papel social de la mujer. La mentalidad antinatalista con el mantra de que somos muchos y muchísimos más los pobres . Por tanto hay que disminuir el número de hijos de los países en vías de desarrollo o completamente pobres mediante la intervención de la ONU. La política en los sesenta acabó en un feroz individualismo. El concepto de identidad se fue posando hasta llegar al multiculturalismo: La razón, me permito insistir, estriba en que lo que se estaba transformando no eran solo las ideas, ni siquiera las ideología, sino la manera de vivir, que hacia cambiar las ideas y que luego algunos convertían en ideología.[…] El sesentayochismo como culminación de la modernidad, de la Ilustración, era adanista. Todo lo anterior era considerado error, carga y engaño, o altamente sospechoso de serlo. La búsqueda de la felicidad se convirtió en busca del placer.
La mentalidad posmoderna tenía que llegar a la universidad y convertirla en un despertador woke: Sol Stern, que se había apartado del movimiento cuando descubrió en él gérmenes de anulación de la libertad, constataba así que la consecuencia lógica del camino entonces emprendido ha sido, cincuenta años después, la pérdida de la libertad de expresión en las universidades americanas, producto de la carga ideológica que las dominaba. Era el resultado natural de las enseñanzas de una generación de catedráticos sesentayochistas. De la universidad a la empresa, de la empresa a la información y después a la política. Lo woke se expresa e influye en la sociedad de diferentes maneras que suelen acabar en la legislación vigente: políticas de identidad (Identity politics), corrección política, cultura de la cancelación, feminismo y estudios de género, Teoría Crítica de la Raza, interseccionalidad, Teoría Queer, estudios sobre obesidad (Fatstudies) y Discapacidades, Teoría Postcolonial, bioideologías (de género, sanitarias, ecológicas)…
Al final lo woke ahoga hasta la propia izquierda socialista mediante una imposición, muchas veces contradictoria, con los propios postulados izquierdistas. No se admite replica ni matiz. Sin duda, en definitiva, porque ser woke no es ser de izquierdas. Cualquier consejero político le dirá a sus lideres aconsejados que de estas cosas no hables y sobre todo no te opongas. Si lo haces serás cancelado y desaparecerás. Como dice finalmente Pérez López -conviene recordar que el autor quiere llegar al fondo de cómo el 68 ha desembocado en lo woke, no hacer un análisis de la cultura woke- los políticos han perdido la esperanza en hacer un mundo mejor. El resultado es un político cínico y poco ejemplar. Pero la esperanza hay que recuperarla saliendo de la mediocridad. No consiste en repensar y comentar lo que va mal sino más bien cómo podemos superarlo imaginando nuevas vías, se profetizan desgracias que se cumplen necesariamente por negarse a pensar en algo mejor.
Magnífico ensayo del catedrático de Historia Pablo Pérez López, que como historiador trata de analizar y testimoniar los hechos del pasado para comprender el presente Muy bien escrito y de lectura imprescindible.
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