educar en la universidad de hoy

“¡Qué difícil es/cuando todo baja/ no bajar también!”:la universidad en crisis

por


Educar en la Universidad de hoy.
Propuestas para la renovación de la vida universitaria.
Fernando Gil Cantero y David Reyero García (Eds).
Ediciones Encuentro S.A.
Madrid 2015
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¡Qué difícil es/cuando todo baja/ no bajar también![1]:la universidad en crisis

En el año 1967 la colección ” Novelas y Cuentos”, que durante muchos años dirigió mi hermano Juan, publicó una selección de textos realizada por Francisco Aguilar con el título “Los comienzos de la crisis universitaria”. Era la primera vez, justo cuando empezaba mis estudios en la Facultad de Filosofía y Letras, que veía relacionados los términos crisis y universidad. A partir de entonces han sido inseparables. Por alguna razón, el libro hablaba de comienzos y daba por hecho que la crisis continuaba…

Fernando Gil y David Reyero son profesores de la Facultad de Educación de la Universidad Complutense y son los editores de este libro que intenta reflexionar y, al tiempo, evitar el progresivo alejamiento de la Universidad de su misión específica. Este es el resumen mínimo de algunos de esos problemas:

“Los problemas de la Universidad, que en algunos capítulos serán tratados con detalle, se pueden resumir en los siguientes: la proliferación desproporcionada de Universidades; la necesidad de reclutar numerosos profesores (en muchos casos con baja formación y vocación docente e investigadora); la confusión que se produce al mezclar en un mismo espacio institucional lo que son escuelas profesionales con estudios realmente universitarios; la escasa selección del alumnado universitario y su diferente perfil con respecto a otras épocas; la creciente politización y mercantilización de la gestión universitaria; la progresiva sustitución del papel del profesor como investigador y estudioso por una figura dinamizadora y gestora; la galopante <<secundarización>> de la aulas universitarias en los contenidos que se imparten y en las relaciones docentes que se establecen; la aceptación acrítica de modas (la profesionalización exclusiva; las innovaciones huecas, las competencias sin contenido, la creatividad sin pensamiento, las nuevas tecnologías para las mismas ideas, un sentido crítico sin criterio…); el escepticismo reinante sobre la posibilidad del conocimiento, especialmente en las áreas sociales y humanísticas y, sobre todo, una vertiginosa despreocupación por situar la formación de nuestros estudiantes en una perspectiva humanizadora que les proporcione una actitud de respeto y admiración por el conocimiento centrado en las grandes preguntas sobre la realidad”.[2]

El libro comienza con un magnífico ensayo de mi admirado profesor José María Barrio. Con el título de La Universidad en la encrucijada, el profesor Barrio señala cual es el eje fundamental de la decadencia:

“Desde hace unos decenios, la Universidad ya no es elitista como lo fuera antaño. Pasó la época en que sólo acudían a ella personas con una determinada posición socioeconómica. Y eso es consecuencia más o menos inexorable de que la Universidad vive en el entorno de la sociedad de masas. Ahora bien, aunque a su vez una cierta democratización, digámoslo así, del saber, parezca una consecuencia de lo anterior, en realidad la renuncia al cultivo del saber superior no es algo que esté exigido necesariamente por ese contexto. Aquel cultivo exigente de los saberes de alto nivel está en la estructura misma de la institución universitaria desde que nació. Por mucho que haya llovido desde entonces, renunciar a eso significa renunciar a la esencia misma de la Universidad. Sin necesidad de caer en esencialismos de ningún tipo, cabría plantear la conveniencia de buscar otra palabra para designar una institución que, a fuerza de democratizar el saber, abandone el cultivo del saber superior, pues la palabra <<Universidad>> se acuñó para referirse a esto último.”[3]

Sus palabras sobre la innovación, partiendo de algunas ideas del profesor Alejandro Llano en  su libro Repensar la universidad: la Universidad ante lo nuevo[4], consiste en hacer valer hoy lo que siempre ha sido válido.  Como dice Robert Spaemann; “el progreso consiste en que no se pierda lo que alguna vez se logró alcanzar”.[5]

En la Universidad, por supuesto, no se puede separar la innovación de la creatividad sin que los efectos sean perversos:

“… He aquí un límite diáfano de la tecnología digital. El valor de una aportación científica sólo puede ponderarse leyéndola, no haciéndola pasar por un programa informático (…) En fin, lo auténticamente creativo es estudiar en serio y pensar sobre lo estudiado. Sólo así se tienen ideas nuevas. Es una ingenuidad mayúscula pensar que la garantía de la calidad, la creatividad y la vitalidad de la institución universitaria estriba en contar con mejores medios. La verdadera novedad, en efecto, no es tecnología, sino el pensamiento. Ahora bien, como observa Llano, el oficio de pensar es incompatible con dos cosas: con la neutralidad y con la autosatisfacción. Por una parte, el pensamiento alimenta de convicciones y se muere de inanición cuando sólo se le nutre de convenciones”. [6]

Termina diciendo el profesor Barrio, algo que a menudo se olvida, la calidad de una Universidad es la calidad de sus profesores:

“Crecientemente absorbidos por estas cositas, algunos colegas cada vez tienen menos margen para las tres tareas fundamentales que justifican nuestro sueldo:

  1. Estudiar mucho, para conocer bien nuestra materia.
  2. Preparar lo mejor que podamos la docencia que tenemos encomendada, también buscando los mejores métodos y herramientas didácticas.
  3. Atender bien a los estudiantes”.[7]

La Universidad pues, tiene que ser algo distinto que una emisión de pasaportes que llevan al mercado laboral. Su esencia queda devaluada y afectará a la sociedad y a la cultura que lo permita y consienta. Sin espíritu humanista no hay Europa, porque no hay esencia ni respeto a las raíces: “Ayuntamiento de maestros y escolares con voluntad y entendimiento de aprender los saberes” [8], es lo que Alfonso X , el sabio, entendía por universidad y que así, desde mi punto de vista, debería seguir siendo.

Completan estas reflexiones sobre La Enseñanza en la Universidad, tres artículos francamente interesantes. En el de F. Gil y Antonio Sánchez se reflexiona sobre la experiencia docente de los seminarios de lectura. Los proyectos del aprendizaje solidario en la Universidad y su experiencia concreta en la Universidad Complutense de Madrid; y, por último,  Juan García escribe sobre la Universidad en red. Estas son algunas de sus conclusiones:

“Pedagógicamente, nos encontramos ante la emergencia de un modelo nuevo de educación superior basado en ciertos valores heredados de internet y la corriente hacker que (re) construyen la tradición humanista en el universo digital. Esta transformación marcará la diferencia entre aquellas instituciones de educación superior que utilicen las tecnologías (para abaratar el proceso educativo); y aquellas que las incorporen al propio ecosistema educativo, haciéndolas parte constitutiva de las misiones propias de la Universidad.” [9]

La segunda parte del libro está dedicada a considerar la vida universitaria desde diversos aspectos. El primero de ellos analiza el concepto actual del profesor universitario desde dos perspectivas diferentes: la administración de la vida académica y la investigación orientada a los resultados y de fondo están sonando las campanas de algunas de las reformas del Espacio Europeo de Educación Superior.

La profesora  Thoilliez y el profesor Valle concluyen que existe una excesiva  presión sobre los profesores: comercializar los resultados de la investigación; apoyar al mismo tiempo procesos de creación empresarial; atender nuevos retos y nuevas actividades. Un conjunto de nuevas funciones que puede confundir y desorientar a los profesores sobre cuál su auténtica identidad y cuál es también su papel en la sociedad:

Deberíamos procurar que en cada facultad, en cada departamento, de cada Universidad, sigamos encontrándonos con profesores con la capacidad, el tiempo y la disposición de discutir con los estudiantes sobre cualquier libro importante del área de conocimiento que corresponda. Aunque nunca llegue a ser un factor clave para elaborar ningún ranking y aunque nunca pueda hacerlo, la Universidad deja de serlo cuando olvida que este es su cometido fundamental.” [10]

El ensayo del profesor Esteban es muy interesante en todos los aspectos. En el tercer apartado de su escrito, reflexiona un tema aparentemente insólito, sobre la elegancia en la Universidad:

“Puede parecer que la elegancia es una virtud exterior, algo que tiene que ver con la manera de hablar, de moverse, de actuar, de vestirse, etc. Mas la elegancia estética es, en el fondo, la cara visible de la elegancia ética, o si se prefiere, la elegancia es algo ético antes que estético. Movimientos elegantes típicamente universitarios como son ceder la palabra al otro, acogerle con la mirada, entrar en el aula sin que se note, escuchar sin mantener una conversación a través del teléfono móvil al mismo tiempo, entregar un trabajo con pulcritud, saludar al bedel del aulario o cuestiones por el estilo, con movimientos propios de una persona éticamente elegante. La elegancia tiene sentido en la relación con el otro, en la preferencia y deferencia con los demás. La antítesis de la elegancia es el narcisismo, el cultivo desmedido de un mismo, el estar encantado de haberse conocido. Por supuesto, no se está diciendo que la elegancia sea algo pomposo y barroco. Se puede ser muy elegante siendo tremendamente natural y espontáneo.[11]

En definitiva viene a concluir que muchas cuestiones van mal en la Universidad por la ausencia de elegancia. Basta observar el aspecto de muchas clases, muros, urinarios, o bien lo que se dice en emails, en conversaciones y  en reuniones: la universidad no puede ser un lugar cualquiera, es una conquista personal, terminan concluyendo los autores.

Por último cuando en un libro se plantean los problemas de la Universidad y su crisis actual, inevitablemente hay que evocar las reflexiones de Newman para construir y asentar la universidad del futuro. Como dicen los profesores de la Complutense Reyero y Luque, hay que apoyarse en libros antiguos para afrontar y entender las situaciones nuevas sin cometer errores de perspectiva, como ya decía Lewis en 1944. El artículo en su conjunto es de obligada lectura para todos los que de alguna manera están preocupados por nuestra Universidad:

“¿Cómo nos puede ayudar Newman? El cardenal distingue dos maneras de acercase al conocimiento. Una primera es aquella que surge de la lectura de libros, pero no de su estudio. Educar la disciplina intelectual, dice Newman, no es sólo <<escuchar una clase o leer un libro>>, sino que implica a un docente que <<les pregunta, les examina y no les deja marchar hasta comprobar no sólo que ustedes han leído sino que saben>>”.[12]

Y me parece obligado concluir esta crónica, a manera de homenaje al Saint. John Henry Newman, con una cita en el epílogo que pone fin a  este ensayo:

“Para Newman, en fin, la salvación de la Universidad estaría en mantenerse fiel al sentido originario que él le atribuyo en sus discursos, como una institución que prepara a los alumnos para captar la realidad completa en la medida en que podemos conocerla. En este sentido, una Universidad que quiera mantener este nombre, diría Newman aún hoy, debe orientarse a reproducir esa realidad, la cual pasa, inexorablemente, por disciplinas comprensivas y de sentido y, por tanto, con disciplinas que enfrenten preguntas abarcadoras y que no excluyan las preguntas que tienen que ver, también con el sentido último de nuestras vidas”. [13]


[1] MACHADO, Antonio, Los complementarios, vol. II: Transcripción, Taurus, Madrid, 1972, edición crítica de Domingo Ynduráin, p. 41.

[2] GIL CANTERO, F. y REYERO GARCÍA, D., Págs. 7 y 8.

[3] Ibid., pág. 16

[4] LLANO, Alejandro, Repensar la universidad: la Universidad ante lo nuevo, Eiunsa Ed. Internacionales Unidas, 2003.

[5] SAPEMANN, Robert, Ética, política y cristianismo, Palabra, Madrid 2008, 2ª ed. pág.94.

[6] Educar en la Universidad de hoy, op. cit., , pág.21.

[7] Ibid. pág.23.

[8] Ibid., pág. 32.

[9] Ibid., pág. 78.

[10] Ibid., pág. 97.

[11] Ibid. pág. 111.

[12] Ibid. pág. 116.

[13] Ibid. pág. 126.


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