“¿Qué medios tiene en su mano el tirano para someter al pueblo mientras lo convence de que es más libre que nunca?”

por


La palabra manipulada.
Alfonso López Quintás.
Rialp, 2015.

¿Qué medios tiene en su mano el tirano para someter al pueblo mientras lo convence de que es más libre que nunca?[1]

La manipulación del hombre a través del lenguaje es una de las formas de engaño más demoledora y terrible así como también sus derivados: la manipulación informativa, publicitaria, psicológica, etc.

Todas las manipulaciones tienen un mismo fin: manejar a las personas como si fueran cosas u objetos. Según López Quintás esta reducción absolutamente ilegítima es la meta del sadismo: “Ser sádico no significa ser cruel, como a menudo se piensa. Implica tratar a una persona de tal manera que se la rebaja de condición”[2]. Manipulador, en definitiva, es aquel que quiere convencernos sin explicar y sin razonar los motivos, como sucede también con determinada publicidad, con algunas campañas electorales y, en definitiva, con cualquier ideología que quiere actuar manipulando.El manipulador, dice López Quintás, quiere anular nuestra inteligencia, nuestra libertad, para que nuestras decisiones no sean nuestras, pero lo parezcan. ¿Cuál es la finalidad del que manipula?: engañar, anulando la libertad individual y, como consecuencia la libertad de la comunidad para convertirla en masa:

“Al carecer de cohesión interna, la masa es fácilmente dominable y manipulable por los afanosos de poder. Ello explica que la primera preocupación de  todo tirano- tanto en las dictaduras como en las democracias, ya que en ambos sistemas políticos existen personas deseosas de vencer sin necesidad de convencer- sea privar a las gentes de capacidad creativa en la mayor medida posible. Tal despojo se lleva a cabo mediante las tácticas de persuasión dolosa que moviliza la manipulación” (…). “Lo que prometen los gobernantes en una democracia es, ante todo, libertad, así en general sin matización alguna. En las dictaduras se promete eficacia, aun a costa de libertades. En las democracias se prometen cotas nunca alcanzadas de libertad aunque sea a costa de eficacia”[3].

Al principio de los años setenta, tuve ocasión de escuchar mi primera conferencia sobre la manipulación periodística. Con el objeto de situar el tema, el conferenciante enseñó una lámina de un soldado alemán que con su bayoneta ensartaba a un bebé. La imagen se había publicado en un periódico y luego fue reproducida en carteles de propaganda anti alemana (Primera Guerra Mundial). Ya se sabe que la primera baja en una guerra es la verdad. Esa conferencia, con los diversos casos que se abordaron,  me despertó un especial sentido crítico frente a todo intento manipulador. Mi interés por el tema fue completado, también en aquellos años, con la lectura de un libro, desde mi punto de vista legendario, Así hablan los nazis de Pere Bonnin[4].

En la contraportada del libro, publicado en 1973, se decía lo siguiente:

“El libro que tienen ustedes en sus manos quiere dar a conocer aquella realidad en el aspecto de la manipulación lingüística practicada por el nacionalsocialismo. Los nazis basaron su poderío en la manipulación del lenguaje. La gran mayoría de alemanes  –cosa que los extranjeros se niegan a creer-  ignoraban totalmente la realidad de los campos de exterminio y de la persecución sistemática. Eran seducidos por la retórica oficial y canalizados sus instintos hacia la agresividad antisemítica, pero no eran conscientes del alcance que tenía la fraseología nazi, cuyo significado quedaba a menudo disuelto en eufemismos y tautologías. El hecho de que los nazis perdieran la guerra ha dado lugar a que surgieran posteriormente filólogos que han intentado realizar un análisis de su lenguaje[5].

Lo difícil es percibir los sutiles signos totalitarios que utiliza la manipulación en las circunstancias actuales. Nos creemos, ilusamente, que somos más libres que nunca, cuando en realidad, estamos dominados por la demagogia y el populismo que persiguen liderar nuestras mentes a través de un pensamiento único. Para este fin es necesario neutralizar a los que puedan descubrir los trucos que utilizan los demagogos manipuladores. O sea, a todos aquellos que creemos y pensamos que la verdad existe y que no será posible hacerla desaparecer con la mentira:

 “El gran teórico de la comunicación M. McLuhan acuñó la expresión de que <el medio es el mensaje>: no se dice algo porque sea verdad; es tomado como verdad porque se dice. La televisión, la radio, la letra impresa, los espectáculos de diverso orden tienen un inmenso prestigio para quien los ve como una realidad prestigiosa que se impone desde un lugar inaccesible para uno. El que está al corriente de lo que pasa entre bastidores tiene algún poder de discernimiento, pero el gran público permanece fuera de los centros que difunden los mensajes. Es incalculable el poder que implica la posibilidad de hacerse presente en los rincones más apartados y penetrar en los hogares y hablar a multitud de personas al oído, sin levantar la voz, de modo sugerente”[6].

Manipular el lenguaje es la clave:

“El lenguaje crea palabras y, en cada época de la historia, alguna de ellas se carga de un prestigio especial de forma que nadie osa ponerlas en tela de juicio. Son palabras talismán que parecen condensar en sí todas las excelencias de la vida humana. La palabra talismán de nuestra época es libertad. Una palabra talismán tiene el poder de prestigiar las palabras que se le avecinan y desprestigiar a las que se le oponen o parece oponérsele. Hoy se da por supuesto- el manipulador nunca demuestra nada; da por supuesto lo que le conviene- que la censura- todo tipo de censura- se opone siempre a la libertad. En consecuencia, la palabra censura está actualmente desprestigiada. En cambio, las palabras independencia, cambio, autonomía, democracia, cogestión, van unidas con la palabra libertad y quedan convertidas, por ello, en una especia de términos talismán por adherencia.

El manipulador saca amplio partido de este poder de los términos talismán. Sabe que, al introducirlos en un discurso, el pueblo queda intimidado no ejerce su poder crítico, acepta ingenuamente lo que se le proponga. Cuando, en cierto país europeo se llevó a cabo una campaña a favor de la introducción de la ley abortista, el ministro responsable de tal ley intentó justificarla con este razonamiento: “La mujer tiene un cuerpo y hay que darle libertad para disponer de ese cuerpo y de cuanto en él acontezca”. La afirmación de que “la mujer tiene un cuerpo” está pulverizada por la  mejor filosofía desde hace casi un siglo. Ni la mujer ni el varón tenemos cuerpo, somos corpóreos. Hay un abismo entre ambas expresiones” [7].

En estos primeros años del siglo XXI la “ideología de género”[8] es la máxima manifestación de este proceso manipulador: La ideología de género es una ideología que defiende que las diferencias entre el hombre y la mujer, a pesar de las obvias diferencias anatómicas, no corresponden a una naturaleza fija, sino que son unas construcciones meramente culturales y convencionales, hechas según los roles y estereotipos que cada sociedad asigna a los sexos:

“Las feministas de género pretenden que se sustituyan estos términos “género- específicos” por palabras “genero-neutrales”, y aspiran a que no haya diferencias de conducta ni responsabilidad entre el hombre y la mujer en la familia.  Entienden por “familia” cualquier agrupación humana. (…) La ideología de género quiere quitar a la familia cualquier estructura (padres hijos) para cambiarla por cualquier solución “imaginativa”[9] .

En los fundamentos de la Lingüística, a principios del siglo XX, Ferdinand de Saussure estableció que las palabras están compuestas de significante y significado. Las ideologías destructivas y deconstructivas necesitan que las palabras ya no tengan su significado original y sean solo significante, o sea, la expresión física de una palabra: un significante que ha perdido su significado. Para este propósito la palabra matrimonio tiene que perder su verdadero y único significado: unión de un hombre y de una mujer. Al perder este significado y sólo ser un significante, se persigue legitimar, como algo natural y lógico, aquellas uniones que nada tienen que ver con el significado genuino del término matrimonio (recordemos unión de hombre y mujer), y el tema queda reducido a una simple grafía o emisión de voz que puede aplicarse a cualquier otra unión.

Entender cómo actúan los manipuladores del lenguaje es clave para poder vivir y sobrevivir en libertad y, especialmente, para ser capaces de distinguir la verdad de la mentira. Sin la libertad auténtica no hay democracia y sin democracia todos somos más débiles y más vulnerables. El siglo XX ha sido uno de los más crueles en la historia de la humanidad, y lo ha sido por perder, en determinados momentos históricos, la libertad a través de la manipulación de palabras que habían perdido su verdadero significado. Dos palabras “nuevo orden” junto a otros ejemplos del vocabulario nazi consiguieron adormecer la conciencia de media Europa:

“La “nación” es una expresión política de la democracia y del liberalismo. Tenemos que desembarazarnos de esta falsa construcción y sustituirla por la concepción de la raza, que aún no está desgastada políticamente… Yo sé perfectamente… que, científicamente hablando, no existe tal cosa… Lo que ocurre es que como político, necesito una idea que permita acabar con los fundamentos históricos anteriores, para implantar en vez de ellos un orden antihistórico completamente nuevo y dar a este orden un base intelectual” [10] (Adolf Hitler)

López  Quintás plantea al final de su ensayo una cuestión importante al abordar de forma más profunda este tema “La revolución oculta. Manipulación del lenguaje y subversión de valores”[11], para estar prevenidos frente al secuestro del lenguaje por una neolengua:

 Reducir las experiencias de éxtasis a experiencias de vértigo, rebajar al hombre a la condición de <ser de impulsos>, limitar el alcance del amor al de la mera pasión y el de la libertad humana al de la mera libertad de maniobra… son modos solapados de privar a la vida de su plena capacidad creativa y de su sentido cabal. La quiebra del sentido y la exaltación consiguiente del absurdo es la meta de la revolución oculta que intenta minar  los cimientos espirituales del hombre actual.

¿De dónde procede esta tendencia reduccionista a vivir en niveles infrapersonales, infracreadores, infraresponsables? Conviene verlo de cerca porque la única forma posible de superar una orientación falsa es descubrir su origen y verla genéticamente. Sólo así podemos ganar distancia de perspectiva frente a ella y tomar decisiones radicales y certeras.[12]

En definitiva, es este un libro magnífico de lectura imprescindible, como todas las obras publicadas en esta colección “Breves Rialp” (www.rialp.com).

JAVIER GUTIÉRREZ PALACIO.
DOCTOR EN FILOLOGÍA.
CRÍTICO LITERARIO.


[1] LÓPEZ QUINTÁS, Alfonso: pág. 30.

[2] Ibid. pág.19.

[3] Ibid. pág. 29 y 30.

[4] BONNIN, Pere: Así hablan los nazis, Dopesa, Barcelona, 1973.

[5] Ibid contraportada.

[6] Ob. cit. La palabra manipulada, págs.. 43 y 44.

[7] Ibid. Págs. 31 y 32.

[8] Según el Papa Emérito Benedicto XVI: “La ideología de género es la última rebelión de la creatura contra su condición de creatura. Con el ateísmo, el hombre moderno pretendió negar la existencia de una instancia exterior que le dice algo sobre la verdad de sí mismo, sobre lo bueno y sobre lo malo. Con el materialismo, el hombre moderno intentó negar sus propias exigencias y su propia libertad, que nacen de su condición espiritual. Ahora, con la ideología de género el hombre moderno pretende librarse incluso de las exigencias de su propio cuerpo: se considera un ser autónomo que se construye a sí mismo; una pura voluntad que se autocrea y se convierte en un dios para sí mismo”. (La ideología de género. Los llamados “cinco sexos”” en httpp:///www.conelpapa.com/ideología/ideología/htm.)

[9] http://www.conelpapa.com/ideología/ideología.htm. “La ideología de género. Los llamados “cinco sexos”.

[10] BONNIN, Pere: Así hablan los Nazis, Dopesa, Barcelona, 1973. Págs. 46 y 47.

[11] LÓPEZ QUINTAS, Alfonso: Ed. PPC, Madrid, 1998.

[12] Ob. cit. La manipulación de la palabra, Pág.117.

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